“¿Cuál rumbo? Si acaso rumba, pero
ya se me olvidó”
La ópera prima
de Alejandro Arciniegas Alzate, ganadora de la primera convocatoria de Estímulo
del Ministerio de Cultura a Editoriales Independientes en el 2008, difícilmente
es una novela. Si bien mantiene un afán prosaico a lo largo de su atropellado
devenir, al narrar las peripecias del joven bazuquero Chaz, la falta de una
trama, de un giro, de una historia (además de la inclusión cuestionable del guion
cinematográfico y una suerte de ensayo como prefacio), dificultan la acción de catalogar
el libro. No obstante ello no desvirtúa el hecho de que tenemos ante nosotros
una obra experimental, de carácter delirante, única en su especie.
La novela presenta al bazuco como la
frontera más allá. La droga por encima de las drogas, la droga que inspira
temor ante los mismos toxicómanos. Y ¿cómo no? si como nos recuerda su narrador
esa droga es para indigentes. La “novela” (utilizo la palabra por comodidad y
las comillas por necesidad) se encarga de presentar en una atropellada carrera
prosaica las vicisitudes del joven consumidor de estupefacientes. Las
observaciones casi metafísicas que se alcanzan durante el “viaje” o el “video”
son la columna vertebral de esta obra inarticulada, como si la novela misma
fuese un fuerte alucinógeno, una droga que despierta un impulso de adrenalina
en el lector.
El libro no es necesariamente bueno.
Aunque la novela de drogas ha sido ampliamente explotada por los novelistas de
los últimos sesenta años, el acierto de “Fondoblanco” radica en ser la primera
en hablar de frente sobre los efectos de la droga más temida de Bogotá. Quizás
a veces sólo queda allí. O es que mi falta de familiaridad con este tipo de
sustancias me privó de una lectura más completa. De cualquier manera, “Fondoblanco”
constituye un buen primer paso en la carrera narrativa de Arciniegas, una
interesante propuesta estética sobre el vicio, único rey de la noche bogotana.
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