martes, 5 de junio de 2012

Elegía para un insomne



“No busques en mí otra ficción.
Más allá de estas palabras yo no existo.”

Una voz

La ópera prima de María Mercedes Andrade, publicada en el 2007, elude toda verdad. La construcción literaria son dos voces que apelan a un tú encerrado en el hermetismo del silencio. El significado, la certeza, el cuerpo del texto se trenza y se destrenza. Las construcciones se tambalean como un castillo de naipes. No hay nada más allá después del texto escrito. Ni siquiera las voces que hablan, ni siquiera las palabras pueden aprehender un significado siempre esquivo.
            “Elegía para un insomne” es una apuesta por constituir que las palabras sólo pueden establecer un cuerpo escrito. No hay rostros salvo aquellos maquillados, salvo aquellos que usan la misma máscara empolvada y vieja. El lenguaje es, entonces, un disfraz; un "laberinto de significados de fuerte potencial alegórico". El lenguaje es una excusa para privar a la palabra misma de significado, o revestirla de un millar de ellos, que viene a ser lo mismo.
            La novela de Andrade se vale de una tradición, de un canon literario, para escapar de ellos. Para escapar de todo sentido. El lenguaje eficaz, bello, prístino es un artificio para engañar al lector. Las pistas que da llevan a callejones sin salida, al final del camino y, luego, el lector se encuentra desnudo de la historia, sin saber con certeza qué quiere decir la autora. La novela es un cuerpo que se anula, que se desbarata en función de ese tú que escucha y calla. De ese yo que bien podría ser otra quimera, una vuelta de tuerca más de la autora. “Elegía para un insomne” resulta en una genialidad. Pese a su brevedad el contenido es conciso, un cuerpo cerrado que de cualquier manera no es hermético: por entre sus intersticios se escapa más de una certeza, quizás y sea la falta de certeza alguna. 

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