“No busques en mí otra
ficción.
Más allá de estas
palabras yo no existo.”
Una voz
La ópera prima
de María Mercedes Andrade, publicada en el 2007, elude toda verdad. La
construcción literaria son dos voces que apelan a un tú encerrado en el
hermetismo del silencio. El significado, la certeza, el cuerpo del texto se
trenza y se destrenza. Las construcciones se tambalean como un castillo de
naipes. No hay nada más allá después del texto escrito. Ni siquiera las voces
que hablan, ni siquiera las palabras pueden aprehender un significado siempre
esquivo.
“Elegía para un insomne” es una
apuesta por constituir que las palabras sólo pueden establecer un cuerpo
escrito. No hay rostros salvo aquellos maquillados, salvo aquellos que usan la
misma máscara empolvada y vieja. El lenguaje es, entonces, un disfraz; un "laberinto de
significados de fuerte potencial alegórico". El lenguaje es una excusa para
privar a la palabra misma de significado, o revestirla de un millar de ellos,
que viene a ser lo mismo.
La novela de Andrade se vale de una
tradición, de un canon literario, para escapar de ellos. Para escapar de todo
sentido. El lenguaje eficaz, bello, prístino es un artificio para engañar al
lector. Las pistas que da llevan a callejones sin salida, al final del camino
y, luego, el lector se encuentra desnudo de la historia, sin saber con certeza
qué quiere decir la autora. La novela es un cuerpo que se anula, que se
desbarata en función de ese tú que escucha y calla. De ese yo que bien podría
ser otra quimera, una vuelta de tuerca más de la autora. “Elegía para un
insomne” resulta en una genialidad. Pese a su brevedad el contenido es conciso,
un cuerpo cerrado que de cualquier manera no es hermético: por entre sus
intersticios se escapa más de una certeza, quizás y sea la falta de certeza
alguna.
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